miércoles, 26 de febrero de 2014

Adiós, soledad.

Esta noche, como tantas otras que he tenido en mi vida, me la paso sentada frente a la ventana de mi habitación, mirando el cielo negro y las pequeñas luces que comienzan a encender esperanzadas. Cierro los ojos un momento, intentado absorber algo de ello pero no siento nada. El humo del cigarrillo no hace más que atontar más mi de por sí tonto cerebro y de relajar los músculos de mi espalda que han sido apaleados por el trabajo diurno. 

Es el momento preciso para dejar de pensar, para olvidarme de las cosas que fueron bien o fueron mal en ese día. Sé que fumar es matarse lentamente, que alguna parte de tu pulmón comienza a corroerse y a no oxigenar el torrente sanguíneo como debería, pero da igual. Mi abuelita decía que de algo debemos morir, y que nunca morimos por lo que más nos cuidamos. Já. Es para partirse de risa, ella dejó de fumar cuando vio la imagen de un pulmón inservible en la televisión y murió por una fractura de cadera. Pero las casualidades pasan. 

Y no, no pienses que es sorna... Yo  ¡Amaba a esa mujer! 

Aspiro nuevamente, sabiendo que es una virtud que pocas personas tienen el poder guardar silencio interno. Yo, sin duda, puedo decir que esos momentos son como flechazos. Pero qué silencio podemos absorber en una sociedad que piensa que mientras más fuerte es tu voz eres más valiente o más fuerte o quizá también más desinhibida. 

La ciudad te come, y el bullicio de los críos jugando en la calle no ayuda en nada. Cuando alguien quiere paz, lo único que encuentra es mucho sonido, luz, y desesperanza en cada intersección de calles. Da igual, siempre es lo mismo y tienes que aprender a vivir con ello. 

Frente a mi casa, hay un poste de alumbrado público que da justo a mi ventana, casualidad, no sé. Levanto la mano formando con los dedos una pequeña pistola y disparo hacia el foco. 

Ojalá te apagaras y me dejaras sola. 

A lo lejos un perro ladra, se escucha el ruido del caucho de las llanas al frenar repentinamente, un niño grita y alguien me llama para el siguiente turno. 

Adiós, soledad. 


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