“Sonrió con malicia al ver cómo la luz de sus ojos fue apagándose poco a poco. Aquella malnacida no iba a jugar nunca más con él. No lo iba a colocar de plato de segunda mesa y prometía, por lo más sagrado que tenía, que nunca más iba a volver a engañarlo. Apretó las manos en el delicado cuello de la mujer, mientras una sonrisa de complacencia aparecía en sus labios. Ella se deshacía en patadas imprecisas para lograr soltarse…”
—Siempre has escrito cosas muy románticas —Sonrió, dejando a un lado el ejemplar del nuevo libro que estaba leyendo—, has logrado hacer que sienta esas ganas de descuartizar a alguien. Pero eso lo sabes, siempre te lo he dicho.
Gregory Duprey tenía un grave problema psicológico y Claude recién era consciente de ello. Nunca se lo hubiera podido imaginar que él; el buen Gregory, pudiera concebir hacerle daño. Siempre lo había considerado de su círculo de amigos más cercanos, de esos con los que compartes casi todas las aventuras de tu vida y sabes que no te van a fallar. Él había leído muchos de sus libros sin siquiera ser publicados, ni siquiera terminados. Contaba siempre con sus palabras de aliento cuando estaba por botar todo a la basura. En el transcurso de su amistad le recalcó mucho algunas dosis más intensas de sangre, gritos, crueldad y perversión.
Pensó —inocente de él— que eso se debía por aquel gusto compartido por las escenas de acción y los asesinados. Eso, hasta que se había percatado que aquellas “nuevas ideas” que solía tener, eran tan crudas y gráficas que el solo leerlo le producía nauseas. Allí, comenzó a darse cuenta que Gregory podía ser extremo cuando se lo proponía; pero no le dio importancia. No quiso darle importancia alguna. Se alejó un poco de él para apaciguar el clima después de su última pelea, la cual nació como todas las anteriores: por no haber incorporado la “nueva idea” al manuscrito. Pensó que se le pasaría, como en otras ocasiones; qué volvería a llamarlo uno de esos días y todo estaría sobre ruedas de nuevo.
Gregory se levantó de la silla y comenzó a caminar por los laterales que dejaba vacío la mesa del centro. Aquella habitación estaba muy mal iluminada y las cortinas negras que cubrían las ventanas no permitían ver si afuera era de día o de noche. Claude había casi perdido por completo la orientación del tiempo; aunque si sus cálculos no eran malos, podía decir que había pasado ya dos días desde la última vez que vio la luz del sol.
—Vamos, Greg —murmuró—. Sabes que somos amigos ¿no?
—¿Amigos? —Se mofó deteniéndose para encararlo—. Yo quise ser tu amigo; pero tú no me dejaste.
—Eso no es cierto —Se quejó haciendo presión en sus muñecas para que el gran nudo ciego con que lo había amarrado pudiera aflojarse un poco y darle una esperanza.
—¡¿ME ESTAS LLAMANDO MENTIROSO?! —gritó encolerizado. Claude parpadeó y cuando volvió a abrir los ojos se topó directamente con unos grises y tan fríos como el acero.
—Greg, yo…
—¡Hijo de puta, me rompiste la nariz! —Lloriqueó Claude mientras de sus ojos brotaba un pequeño aguacero que se mezcló en sus mejillas con la sangre desperdiciada.
—¿Y crees que me importa? —Sonrió, prendiendo un puro con cuidado— No, no respondas.
Aspiró de la forma cilíndrica y negruzca del puro con pasividad. Luego de un suspiro de placer; exhaló, dejando que el aire se llevara todo aquel humo que su boca y nariz expulsaban. Acababa de recordar que Claude era alérgico al humo del tabaco.
Rió al escucharlo toser con insistencia.
Era increíble que todo se hubiera desencadenado así. Claude, como todas las mañanas, fue al club a jugar tenis unas cuantas horas. Aquello le servía para despejar la mente y poder volver a la carga con otro de los capítulos que le habían quedado incompletos la noche anterior. Pero aquella mañana había sido diferente. Le pareció un poco extraño que el buen, pero vago de Gregory le diera el alcance y más extraño todavía que lo invitase a desayunar en su casa, a las afueras de la ciudad. Quizá debería haber unido cabos y ser un poco más observador, quizá debió oler el peligro; pero algo le había dado confianza. Dentro de todos los quizá que pensó, también estaba aquel en el que Greg solamente estaba tratando de hacer las paces luego de su última riña.
—Es que no me estabas escuchando, Claude —Rió mientras retiraba el puro—. Eso fue muy descortés de tu parte —Suspiró dramáticamente—. Es así como generalmente haces con todas las propuestas que te doy. Siempre en tu mundo, señor Durand. Siempre ideando algo nuevo que no llegará a convencerme del todo —Chasqueó la lengua—. Una verdadera lástima. Tienes potencial como escritor, pero, me parece, que necesitas un poco de ayuda.
—Oh, vamos —Le dio tres palmadas en la mejilla—. Yo solo quería una cosa, lo sabes bien.
—¡Matarme!
—No, no, amigo mío —Colocó las manos en sus muslos y se acercó amenazadoramente—. Siempre quise formar parte de tus historias, ser aquel que podía destripar a su víctima sin contemplación; pero nunca lo permitiste. Eso es muy cruel, señor.
—¡Estás loco! —Negó. Greg se levantó y comenzó a caminar— Has perdido completamente el juicio.
—Ya te voy a enseñar yo, cómo hacer una buena escena de asesinato —Salió de la habitación apagando la poca luz que había y dejándolo en una profunda oscuridad.
El escritor expulsó sangre por la boca a causa del golpe, manchando la camisa blanca de su agresor. Greg soltó su cabeza y ésta se cayó hacia adelante producto del dolor. Comenzó a toser y su cuerpo se repantigó en la silla, pero sin llegar a caer. Las ataduras no se lo iban a permitir. No, hasta que el creador de aquel circo así lo decidiera.
El ojo derecho del hombre comenzó a hincharse por los golpes que había recibido, así que eso impedía que su visión fuera completamente clara. Aún así, logró ver que Greg dejaba en la mesa un pequeño estuche.
—Vamos a jugar, ¿quieres? —Claude negó— Era solo una pregunta de cortesía. Igual jugarás conmigo.
Notó que le quitaba los zapatos. El apresado hizo un intento de propinarle una patada en el rostro, pero no lo consiguió. Los nudos que lo aprisionaban a aquella silla parecían estar hechos de acero, o él simplemente estaba demasiado débil para lograrlo.
Greg sonrió con malicia.
—Sí, claro que lo recuerdo
—Eso es mentira y ambos lo sabemos —Arrugó la nariz—; pero deja que te ayude a recordar.
—No sabía que podías cantar, Claude —Sonrió—. Vamos por otra tonada.
Lo siguiente que supo es que lo volvían a golpear en el rostro. Abrió los ojos para encontrarse cara a cara con su agresor.
“La piedad es de los débiles. La piedad es de hombres que aún tienen un corazón en el pecho y saben que tienen una razón para estar vivos. Los hombres como yo, sin familia, sin amores, sin descendencia; no conocemos lo que es la piedad…”
—Menudo pasaje el tuyo, amigo —Lo observó luego se citarlo textualmente—.Y en este caso, aplica. Así que no pidas piedad a un hombre sin corazón.
Claude echó la cabeza hacia adelante. Se sentía tan débil que no podría siquiera contestarle a Greg. No, no podía; aunque quisiera.
—Gre..
—Shhhh —Lo acalló—. Estoy cansado de escucharte.
—¡Hijo de puta! —gritó nuevamente— ¡Desátame inmediatamente!
—Esa boquita, Claude. Me parece que te hace falta aprender modales —Pensó un momento—. Ah, ya sé. Será como en el colegio ¿Te gustaba el colegio? —Claude negó— Bueno, para el caso da lo mismo. ¿Sabes que les hacen a los niños que dicen malas palabras?
—Se nota que no fuiste un buen niño —Los ojos se le iluminaron con malicia—. Sabes muy bien que se les hace. ¡Se les lava la boca con jabón! —Claude pasó saliva— Pero esta vez haremos algo mejor —Levantó una botella del suelo— Mira lo que tengo aquí —canturreó— ¡Desinfectante! —Abrió la botella y le acercó la boquilla a los labios— Anda, bebe —No lo hizo— ¡Bebe maldito! —Apretó el centro de la botella y un gran chorro de limpia pisos salió rumbo a su boca. Claude permitió que ingresara en la cavidad para cuando quitase la botella escupirle en la cara— A mí no me engañas, bébelo —Ordenó, aún con la botella en los labios soltó una de sus manos y le acarició fuertemente la garganta haciendo que el líquido pasara. — ¡Ahora sí! ¿Dirás malas palabras?
—¡Excelente! ¿Por qué no pasamos al siguiente juego, mejor? A este lo llaman: “La bruja de los colores” —Se colocó mirando los sangrantes pies de Claude con una pequeña hacha en las manos— ¡Anda, Claude, dime un color! —Nadie respondió— ¿Creo haber escuchado morado? ¡Me gusta el morado! —Levantó el hacha y cortó dos de sus dedos. Claude aulló como toro en matadero— Es que estamos jugando a colores básicos —Se defendió—. El morado se hace del rojo y del verde… —Guardó silencio— Ups, me equivoqué de dedo —Hachó el pulgar del pie izquierdo, produciendo otro quejido lamentoso— Ahora sí —Se observó los pies cubiertos de sangre— Me debes unos zapatos nuevos y una camisa. Siguiente juego. ¿Te gustan mis juegos, Claude?
—¡Grandiosa idea! —Sonrió— Pero, ya lo tengo en vídeo. Luego lo puedo escribir con lujo de detalles. Bien, me has hecho perder unos valiosos minutos. ¿Quién sabe si venga el leñador? —Se carcajeó—. A esta ronda la nombré: “Autopsia en vida” —Se volvió hacia la mesa para coger un bisturí— ¡Siempre quise ser médico!
Lloró como un niño pequeño rogando piedad. Rezó por ayuda, porque alguien lo escuchara; pero la única respuesta que consiguió fue la carcajada que lanzó Gregory al aire.
Con el bisturí en la mano comenzó a marcar el cuerpo de Claude. Le hundió la cuchilla en la mejilla, para trazar una línea punteada que comenzó en su oreja y terminó en su mandíbula. Le explicó que eso hacían para la cirugía estética y se burló un poco de lo atractivo que se veía con el cabello negro manchado en sangre, los ojos azules matizados de terror y aquella sustancia sublime y roja que adornaba la planicie de su rostro.
Muchas lágrimas fueron desprendidas por Claude.
Lágrimas.
Gritos.
Dolor.
Todo se entremezclaba para darle ritmo a aquella melodía de violencia.
—Eres un adulador —Lo observó—. Sabes, ya no sé ni por qué estoy haciendo esto —Pensó—, creo que por el simple hecho de ver cómo te retuerces y gritas piedad como una niñita de dos años.
Bajó la mano donde aún reposaba el bisturí y colocó la punta encima del pecho del hombre que lloraba descontroladamente y rogaba misericordia. Hundió la hoja del bisturí en la camiseta, aprisionó y luego deslizó el objeto hacia abajo. Abriendo a su paso no solo la tela, sino también la primera capa de la piel.
Cambió de herramienta, mientras iba tarareando una suave tonada que se le había quedado grabada en la cabeza y de la herida emanaba aquella sustancia que parecía ser el elixir de la vida para Greg. La daga del siglo XV que reposaba en su mano fue utilizada para cortar verticalmente el pecho del hombre que gritaba y gemía de dolor hasta que pudo ver la separación de la piel y la grasa corporal.
—¡Ya estamos cerca! ¡Yay! —gritó Greg eufórico— Estuve pensando, que luego de jugar contigo, siempre puedo usar tu cabeza de tablero para el tiro al blanco. ¡Cien puntos si le das a la boca! ¿Te gusta la idea? Pero no te preocupes… igual morirás. Ya se te ve el estómago y mira —metió la mano en la abertura y sacó sus intestinos —¿Bastante rosados, no? Hasta podríamos hacer unos lindos listones para las puertas. A mamá le gustarían mucho, adora el rosa.
Abrió los ojos sobresaltado y comenzó a observar de un lado al otro para saber dónde estaba. Observó el rostro de Greg y sintió ganas de gritar. Sus ojos tenían el porte de un par de huevos de gallina y la tez usualmente clara de su rostro se había convertido en un papel traslúcido.
—Te cayó una pelota en la cabeza y quedaste inconsciente —informó.
Claude oteó su alrededor asustado. Se alejó de Greg y pudo notar que sus manos no estaban atadas y no existía ninguna marca que indicara lo contrario. Colocó la mano en su pecho y estómago con desesperación; pero tampoco, no estaba abierto como un pollo del mercado y tampoco sus órganos estaban en una bandeja. Exhaló intentando calmar el latido frenético de su corazón. Suspiró.
Su corazón estaba tan acelerado que le dio miedo de sufrir un paro cardíaco allí mismo. ¡Dios mío!... ¿Qué había sido eso? ¿Qué había pasado?
Gregory salió de la habitación pulcramente ordenada y blanca para llamar a la enfermera. ¿Qué sería lo que le pasaba a Claude? Antes de salir de la enfermería se volvió a ver a su amigo y murmuró
—Siempre quedamos para desayunar ¿no? —Le guiñó un ojo.
—Oh, Dios mío… —Rezó mientras comenzaba a entrar en pánico nuevamente.
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